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La Asociación Dominicana de Profesores (ADP), Semilla de una Resistencia Colectiva

 


La Asociación Dominicana de Profesores (ADP), Semilla de una Resistencia Colectiva

Para entender la trascendencia de la Asociación Dominicana de Profesores (ADP), es crucial remontarnos a su génesis, un 13 de abril de 1970 marcado por la asfixiante opresión política que vivía nuestro país. En ese contexto adverso, donde las libertades eran un anhelo y la disidencia se castigaba, la ADP emergió como mucho más que un simple sindicato.

 Fue la convergencia de voluntades de sectores intelectuales y progresistas que vieron en la unión del magisterio una trinchera de lucha contra la injusticia.

En aquellos años oscuros, donde el miedo intentaba silenciar cualquier voz crítica, la ADP se alzó como un faro de esperanza, una bocanada de aire fresco que clamaba por una educación digna, por el reconocimiento del valor intrínseco de los maestros y por la justicia social que tanto se nos negaba.

 El nacimiento de la ADP, aquel 13 de abril de 1970, no fue una casualidad; fue una respuesta visceral, una necesidad imperante ante la férrea mano del autoritarismo que caracterizó los doce años del gobierno del Dr. Joaquín Balaguer. 

En ese ambiente de represión, la ADP se erigió como un símbolo de resistencia, un espacio donde los docentes encontraron la fuerza para levantar la voz por sus derechos y por el futuro de la educación dominicana.

Las primeras batallas de la ADP fueron fundamentales para sentar las bases de lo que hoy conocemos.

 La lucha incansable por el derecho fundamental a una educación pública de calidad, la exigencia de la reapertura de escuelas que habían sido cerradas, marcaron el inicio de un camino de conquistas concretas.

 Estas luchas pioneras allanaron el terreno para la obtención de logros tangibles que han dignificado la labor docente a lo largo de los años. Hablamos del Estatuto Docente, un marco legal que protege nuestros derechos; del acceso a un seguro médico que vela por nuestra salud; del escalafón, que reconoce nuestra trayectoria y experiencia; y de los planes de pensión, que nos brindan seguridad en el futuro.

Fue la fuerza de la unidad magisterial la que impulsó estas transformaciones. Todo el cuerpo docente de aquella época se cohesionó, comprendiendo que solo unidos podrían hacer frente a las injusticias que permeaban el sistema educativo. Esa unidad se convirtió en un escudo, en una poderosa herramienta de lucha que demostró que, ante la adversidad, la voz colectiva de los maestros era capaz de generar cambios profundos y duraderos. 

La ADP, desde sus inicios, encarnó el poder de la unión, la convicción de que juntos somos más fuertes y que la lucha por una educación justa y digna es una responsabilidad compartida.

Sin embargo, la historia de la ADP no ha estado exenta de desafíos internos. Un punto de inflexión crucial se produjo con la creciente influencia de los partidos políticos dentro de nuestra organización. 

Cuando el "color" partidario comenzó a adentrarse en las dinámicas del gremio, presenciamos una preocupante fragmentación política. 

La militancia partidaria empezó a permear las decisiones, sembrando divisiones entre los maestros según sus simpatías políticas y, lamentablemente, debilitando esa voz unificada que tanto nos había costado construir.

 Las elecciones internas, que deberían ser espacios para elegir a nuestros representantes con base en su compromiso con la causa magisterial, se fueron transformando en escenarios donde las banderas partidarias ondeaban con fuerza, afectando la credibilidad de nuestros procesos, la representación equitativa de todos los docentes y, lo más grave, la lucha genuina por nuestros derechos.

 Es momento de una profunda reflexión sobre la urgencia de rescatar el espíritu unitario que dio origen a la ADP, liberándola de las ataduras políticas para que vuelva a ser, inequívocamente, una sola voz al servicio de los maestros y de la educación de nuestra nación. 

HASTA QUE NOS MARCO EL COLOR.

Por: Ireni Arvelis Sierra Pérez.


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